¡Saludos, lectores del jardín!
Después de meses de quietud, he
encontrado una historia que me apetece analizar y compartir con vosotros.
Otros blogueros y reseñadores
(¿reseñadores?, ¿se dice así? Bueno, ya me entendéis) han comentado que a veces
no sienten la necesidad de compartir las impresiones que les sugiere un libro y
a mí me ha pasado lo mismo últimamente.
No obstante, he tenido que
reencontrarme con la literatura clásica-infantil para despertar esas ganas de
hablar sobre una obra recién leída.
Como experimenté previamente
con “Alicia en el País de las Maravillas”, con “Pinocho”, o con “El
Cascanueces”, hay cuentos o fábulas infantiles que contienen grandes enseñanzas
o significados escondidos entre sus páginas.
Por eso, cuando abrí la obra de
L. Frank Baum, “El maravilloso Mago de Oz” supe que volvería a sucederme. Y no
me equivocaba.
Ésta fue la edición que leí, tiene dibujos dentro :) |
Antes de empezar, querría dejar
claro lo siguiente: es un cuento, un libro para niños y no pretende ser otra
cosa. Está escrito con un estilo que no siempre es de agradecer, ya que no
adorna ni describe, ni se enrolla demasiado en cavilaciones abstractas. Hay una
introducción, un nudo y un desenlace; con aventurillas por el medio que se
solucionan en página y media.
No me interesa hablar sobre el
género literario ni sobre el estilo, en cambio sí veo interesante reflexionar
sobre algunos pasajes que nos pueden dar más de un consejo para la vida.
No sé si es necesario explicar
un poco el argumento de “El maravilloso Mago de Oz”, pero por si acaso, ¡lo
haré!:
Dorothy vive en Kansas, pero un
día un tornado la lleva volando al País de Oz. El cuento nos narra las
aventuras que vive durante su viaje hacia la Cuidad Esmeralda, donde se
encuentra el Mago de Oz, que (le han dicho) puede devolverla de vuelta a
Kansas.
Al viaje se unen el
Espantapájaros que desea un cerebro, el Leñador de Hojalata que anhela un
corazón y el León Cobarde que quiere valor.
Os traslado un fragmento de la
obra en la que el Leñador de Hojalata le pregunta al Espantapájaros por qué
quiere un cerebro:
“- No sé lo suficiente – contestó alegremente el Espantapájaros -. Mi
cabeza está llena de paja, como ya sabes, y por eso voy a ver a Oz, para
pedirle un cerebro.
-
¡Ah! Ya veo. - dijo el Leñador de Hojalata -. Pero al fin y al cabo el cerebro
no es la cosa mejor de este mundo.
-
¿Tú no tienes cerebro? – preguntó el Espantapájaros.
-
No, mi cabeza está bien vacía – contestó el Leñador -, pero en otro tiempo lo
tuve, y también tuve corazón; y como ya conozco las dos cosas, prefiero con
mucho tener corazón.”
Me parece súper simple y a la
vez muy profundo. Cómo expone con esas frases tan sencillas que no somos nada
sin la capacidad de amar.
Más adelante, el Leñador se
sigue reafirmando:
“- Yo me quedo con el corazón –
contestó el Leñador de Hojalata -, pues el cerebro no le hace a uno feliz; y la
felicidad es la cosa más importante del mundo.”
Lo más fuerte es que tiene
razón, al menos, desde mi punto de vista. Si no quieres a nadie y nadie te
quiere a ti, es imposible ser feliz. Hablo de querer en el sentido amplio del
término, eh, no sólo respecto al amor romántico.
Os recomiendo que lo leáis, no
vais a gastar mucho tiempo en ello y siempre es bonito leer la historia
original de una trama que todos conocemos, pero que nos sorprende por detalles que
nunca antes habíamos descubierto.
Por ejemplo, ¿sabíais que los míticos zapatos
rojos de Dorothy son en realidad plateados? El autor se pasa todo el libro
diciendo que los zapatos son plateados, pero todos tenemos en mente que son
rojos porque en la película de Judy
Garland los hicieron rojos para que resaltaran más en pantalla y para
sacar más partido al casi recién estrenado Technicolor (o eso he leído por ahí).
“-
¿Soy de veras maravilloso? – preguntó el Espantapájaros.
-
Eres diferente – contestó Glinda.”
Este pasaje es especialmente
bonito porque Glinda es una bruja buena que le dice al Espantapájaros que será
un gobernador maravilloso (no os digo de dónde para no spoilear). El
Espantapájaros se asegura de que realmente fue eso lo que dijo Glinda y ella le
responde de esa forma tan enigmática.
Mi interpretación es que lo diferente
puede ser tan o más maravilloso que lo ordinario. No necesitamos ser todos
iguales para triunfar y para ser geniales.
Lo último que os quiero contar
es el dato friki: he escrito esta entrada escuchando en Spotify la
banda sonora de la película “The Wizard of Oz” de Judy Garland.
Sé que la entrada ha sido sencilla, pero
aun así espero que os haya gustado mi contribución sobre el mundo de Oz.
Nada más por hoy, ¡espero
volver pronto!
¡Un saludo desde el jardín de
las rosas azules!
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